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Génova: ¿tragedia u oportunidad?

Puente Morandi, Génova

La catástrofe del puente Morandi (viaducto de Polcevera) en Génova, en la que 43 personas perdieron la vida el pasado 14 de agosto, es un hecho que ha conmovido a la opinión pública debilitando la confianza en los pilares institucionales sobre los que descansa esta sociedad europea moderna y del bienestar en la que vivimos. En nuestra búsqueda de culpables, no dudamos en remover Roma con Santiago: la administración municipal, los políticos, los departamentos de obras públicas e incluso los ingenieros. La cuestión de la responsabilidad es algo confuso. En lo que se refiere a las causas materiales del desastre, sin embargo, la situación resulta mucho más clara. El hormigón pretensado es una tecnología muy antigua, que en los días de su adopción inicial, hace más de un siglo, prometía soluciones prácticas y de bajo coste para el tendido de grandes puentes. El procedimiento consiste en revestir de hormigón un haz de cables de acero rematados por dispositivos de anclaje que, apretando desde los extremos, generan fuerzas de compresión en el material, y con ello una enorme rigidez en las piezas.

Solo tiene un inconveniente: con el tiempo y la exposición a la intemperie, se producen grietas en el hormigón. El agua y la humedad penetran a través de ellas oxidando los cables metálicos, que al estar hechos de acero de alta resistencia tienden a ser también más sensibles a la corrosión. Cuando el acero cede, las fuerzas de compresión desaparecen, falla el elemento y como resultado de ello se produce el colapso de toda la estructura. Eso es precisamente lo que pasó en el puente Morandi.

El mundo está lleno de obra pública de gran formato levantada mediante la tecnología del hormigón pretensado. Mantenimiento e inspección de sus armazones metálicos resultan algo problemático, al hallarse el acero introducido en el hormigón. Independientemente de lo bien que funcionen la política y las administraciones públicas, nuevas catástrofes como la de Génova resultan inevitables a largo plazo, simplemente como consecuencia de la tecnología constructiva empleada. Sobre todo en países emergentes: en China, la India, América Latina y Africa, donde el hormigón pretensado se utiliza desde hace décadas para el despliegue de innumerables economías nacionales. dependiendo de la climatología y las características constructivas, el proceso puede tardar años, pero al sobrevenir la falla en el metal la catástrofe es cuestión de segundos. Tarde o temprano podemos estar seguros de que algún puente cederá, con las fatales consecuencias que podemos adivinar.

¿Cuál es la solución? Muy simple: construir los puentes con piezas de acero. Resulta más caro, pero se gana en eficiencia y seguridad. La visibilidad de las partes defectuosas facilita el mantenimiento. Y también lo abarata, al tener que reemplazar solo los elementos concretos afectados por la corrosión en lugar de tener que desmontar toda una estructura o rehacer la obra completa.

A estas alturas el lector perspicaz ya habrá descubierto cúal puede ser la oportunidad de negocio para el sector industrial vasco, compuesto por gran cantidad de empresas dedicadas a los productos metálicos y la siderurgia bajo pedido: estructuras de acero para puentes. Cables, vigas, pasadores, tornillería de gran tamaño, etc. Se trata de un sector obsoleto, pero que por exigencias de la seguridad puede experimentar un inesperado revival durante los próximos años. Combinado con una gama de servicios basada en una ingeniería de substitución de elementos de hormigón pretensado, las primeras empresas en dar un paso al frente pueden experimentar un auge considerable.

Es tan solo una sugerencia para esas empresas del sector industrial vasco que no saben qué hacer con su exceso de capacidad productiva.

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